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Mapa mental “Guardianes del territorio”
Descripción: Según mi punto de vista e interpretación del tema junto la información suministrada , tengo una prespectiva un poco dura y cruel.
El periodismo local y comunitario en Colombia vive una realidad amarga y peligrosa. Los periodistas locales, aquellos que deberían ser los guardianes de la verdad, se ven atrapados en un contexto que constantemente los pone en riesgo. A pesar de su rol crucial para desenmarañar el debate público, son silenciados o amenazados por quienes no quieren que las verdades incómodas salgan a la luz. Estos “guardianes”, como lo demuestra el viaje de Vera, son los pocos que tienen el valor de exponer lo que muchos prefieren ocultar, y aún así, la sociedad apenas los reconoce.
El problema es doblemente cruel: no solo deben enfrentarse a amenazas físicas, sino que además se les critica por su militancia o por carecer de los títulos “profesionales” que el periodismo académico demanda. Aun cuando su labor consiste en contrarrestar narrativas estigmatizantes y dominantes, son vistos como figuras marginales en un país donde el poder político y económico controla el flujo de información.
Si eso no fuera suficiente, la sostenibilidad de su trabajo pende de un hilo. Dependiendo de fondos de ONG, concursos del Estado, o actividades económicas locales, muchos periodistas se ven obligados a diversificar sus ingresos, lo que a largo plazo hace su labor inestable y, en muchos casos, inviable. Esto no es casualidad, sino parte de un sistema diseñado para debilitar cualquier forma de contrapeso al poder.
Las “señales de tránsito” que estos periodistas proveen —información que debería guiar a las comunidades para tomar decisiones informadas— no son vistas ni valoradas. La responsabilidad del Estado para protegerlos se convierte en una farsa, ya que los mismos actores que deberían garantizar su libertad de expresión a menudo son los que facilitan las amenazas, o simplemente miran hacia otro lado mientras los guardianes caen, uno tras otro.
Lo más cruel es que estos periodistas no solo luchan por su subsistencia, sino que enriquecen el diálogo social, abren las puertas a un entendimiento más profundo de las realidades locales y conectan a las comunidades con problemas que parecen distantes. Sin embargo, están aislados, gritando en un desierto de indiferencia.
La Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) documenta la constante violencia que enfrentan estos periodistas, muchos de los cuales ejercen un liderazgo social que los pone en la mira de actores armados, políticos corruptos y poderosos intereses económicos. Estos periodistas no solo cuentan historias, son voces de resistencia en territorios donde la democracia no es más que una fachada.
El panorama no mejora con el llamado “periodismo ciudadano”. Con la proliferación de noticias falsas y la manipulación masiva de redes sociales, la confianza en los medios ha disminuido, y los periodistas ciudadanos, que deberían ser la última línea de defensa, también han perdido credibilidad. Es triste, porque este tipo de periodismo era una herramienta poderosa para la vigilancia y el contrapoder.
Películas como Spotlight muestran lo que el periodismo puede lograr cuando se le permite funcionar: desenmascarar abusos de poder. Sin embargo, en Colombia, las voces que denuncian los crímenes de la Iglesia, el Estado o los grupos armados son, en su mayoría, acalladas antes de que puedan ver la luz. Las radios comunitarias, como las descritas por DW, deberían ser repositorios de la memoria viva de los territorios, pero también son objetivos de un sistema que se alimenta del silencio.
Reflexión
El panorama mediático en Colombia es brutal. Los periodistas locales y comunitarios, aquellos que están más cerca de la realidad del pueblo, son los más desprotegidos y vulnerables. A menudo olvidados por una sociedad que consume titulares de medios centralizados, sus voces se diluyen en un mar de violencia, desinformación y censura. Son voces que gritan la verdad, pero que nadie quiere escuchar. Y la reflexión más dura es que, mientras continúen aislados y silenciados, las comunidades que dependen de ellos seguirán a oscuras, guiadas por narrativas dominadas por quienes tienen el poder y los recursos para imponer sus versiones de la realidad.