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El presidente Gustavo Petro y su “cruzada contra la prensa”.
Desde inicios de su gobierno Petro ha recibido, como era de esperarse en cualquier sociedad democrática, cuestionamientos al manejo y administración de recursos, a sus decisiones y a la constante fragmentación en sus gabinetes de trabajo. Sin embargo, el año 2024, año bisiesto, año funesto, parece ser un año de crisis profunda entre la relación del Jefe de Estado y el periodismo.
Desde principios del año el presidente ha insistido en que los periodistas defienden calumnias contra él. De hecho, en los últimos meses a arremetido contra las periodistas Maria Fernanda Duzán por su columna en la revista Cambio, y posteriormente contra la periodista Ana Bejarano quien en otra columna de la misma revista salió en defensa de la FLIP frente a las acusaciones de Gustavo Petro de querer mentir y destruir su gobierno. (FLIP, EL PAÍS, SIP).
Según el diario El País, el mandatario se reunió con varios miembros de la FLIP en su despacho con el ánimo de dirimir ciertas tensiones, pero, sobre todo, con la obligación para proteger el ejercicio periodístico que, como hemos visto en este último pedazo del diplomado, ha cobrado la vida de varios periodistas y registrado más de 400 amenazas anuales desde el 2019.
Lo más grave de este caso es, en mi opinión, la narrativa violenta ejercida por el presidente que no mide el alcance de sus palabras, y que habla, sobre todo, en nombre de la nación. De esta manera, promueve el silenciamiento de las voces periodísticas, atenta contra la democracia, y casi que valida y legitima los ataques contra los periodistas que, además de hacer su trabajo, contribuyen al sostenimiento de la democracia y a la construcción de una sociedad que, bien informada, pueda tomar decisiones. Por otro lado, cuando habla de Francisco Santos y su relación con la FLIP, lleva el debate político que caracteriza la violencia de nuestro país a un entorno que no puede verse afectado por lo mismo, a lo que me refiero es a que, dicha situación debe lidiarse con el mismo profesionalismo con el que se lidiaría cualquier otra, sin caer en la estigmatización de todos los miembros de una organización seria.
Finalmente, el peligro de que otros periodistas cedan ante la intimidación: es el fin de la democracia. Es una alarma enorme también para aquellos niños y jóvenes que sueñan con informar para construir, y para decostruir y desaprender tantas malas costumbres que tenemos como sociedad en todas las esferas en las que participamos. Es un atentado contra la democracia, contra la libre expresión, y sobre todo, es un síntoma de que vivimos en una comunidad que no ha sabido atacar los síntomas de la violencia y la desigualdad.